jueves, 14 de septiembre de 2017

Manchester frente al mar

Más que frente al mar es desde el mar dónde hay que descubrir la pequeña villa costera de Manchester frente al mar, Massachusetts (EEUU), fácilmente situable en un mapa, al lado de la cosmopolita Boston. Desde el mar todo parece calmado y sereno: los barcos de pesca van y vienen, las casitas que jalonan la primera línea costera parecen dejar pasar los días con apacible sosiego, incluso las naves del puerto, de ladrillo rojo, son capaces de integrarse con elegancia en el paisaje. Desde el mar, Manchester frente al mar es una villa dónde puede dar gusto vivir, donde se nace y se muere sin el regusto de nunca haberla abandonado, sin tener la envidia o al antojo de viajar, dado que la vida es simple y agradable. Desde el mar, la vista de ensueño describe curvas y colores en perfecta armonía con los hombres… pero desde el mar, los hombres no los distingue uno apenas, siluetas frágiles en movimiento cuyos rostros no son visibles, cuyas grietas no se pueden vislumbrar, cuyas sonrisas y lágrimas no pueden verse.
  
Lee Chandler es uno de los que dejó Manchester frente al mar, el pueblo de su infancia, allá donde debería haber podido envejecer feliz. Ha dejado atrás a sus amigos, su familia, su hermano, su sobrinos..para instalarse en una metrópolis de la que comprendemos rápidamente que le aporta las dos cosas que no parece dejar de desear: anonimato y algo con qué ganarse la vida, aunque sea de chapuzas en una urbanización. Mientras que repara lavabos, vacía basuras, quita nieves, lija o repinta, Lee ocupa el tiempo para pensar en las razones que le llevaron a partir de Manchester. Podemos imaginar rápidamente, por su mirada perdida dentro del vacío de una profunda soledad, que Lee ha vivido un drama terrible. Un drama de los que uno no puede salir vivo. Podríamos decir que Lee es alguien que ya ha muerto, que simplemente está esperando la última parada, para el que ver salir el sol no significa más que otro día de penitencia.

Pero como la vida luego hace lo que le da la gana, Lee debe volver a Manchester, reencontrarse con lo que queda de su familia, reencontrar los chapoteos del agua en la quilla del barco de pesca de su hermano, reencontrar el aroma del mar y el sabor amargo de la felicidad desaparecida. Y también conocer a un joven que él dejó siendo niño: Patrick, su sobrino.

Manchester by the sea es una tragedia griega transmutada en un poema de Dylan, es un retrato de la gente trabajadora que vive al ritmo de las estaciones, de los nacimientos y los entierros, es también el retrato de una familia fragmentada por los dramas, y también de una comunidad humana simple y bienintencionada. Pero sobretodo es el conmovedor retrato de Lee, un más que admirable Casey Affleck (y su contrapartida, una extraordinaria Michelle Williams), un hombre que no tiene más remedio que seguir viviendo.

El film se construye a base de flashbacks que trazan con filigrana y delicadeza los capítulos más sombríos y luminosos de la vida de Lee, se trata de un film que recuerda a esas travesías por el litoral: bajo la serenidad y la aparente calma puede surgir, en cualquier momento, la tempestad que se lo lleva todo, tanto el techo de los hogares como la efímera felicidad del corazón de los hombres. El infierno en vida, debe ser, qué duda cabe, a la muerte de tus tres hijos pequeños por causa tuya, por fallo propio, por un error descomunal a la vez que pírrico, por un azar negro, tan monstruoso y abominable que es insoportable. Por no hablar de cosas menores, de alcoholismo, corazones rotos y otros sinsabores. Es decir, se pasa, se le va la mano. Tal aplastamiento y dolor se torna incompatible con determinadas vulgaridades o trivialidades. El dolor al descubrir lo que ocurrirá antes incluso de verlo. El remordimiento, el castigo, la pena y el duelo, ¿cómo asumir lo inasumible?

En sus dilatados 136 minutos (¿realmente eran necesarios tantos?) se logra un relato honesto, verosímil y certero. Apenas hay resquicio para el entretenimiento en Manchester frente al mar, aquí no hay santos ni heroínas, hay un uso (y abuso) impresionante del Adagio de Albinoni, un desglose de todas las posibilidades del dolor y una historia triste y desesperanzada. Resulta también, un film de visión obligada para los sibaritas del arte de la interpretación.

Quizás por la cordial familiaridad de la situación, pero acabé la película desolado, con el corazón encogido y la necesidad vital de salir a la calle y recibir un abrazo de la primera persona que me encontrara.  Hacía tiempo que un film no me dejaba tan desmontado. Por un lado, recomendaría a todo el mundo que la viera, por otro, recomendaría a todos que se alejaran de ella. Oye, que puede que no te guste sufrir gratuitamente en el cine. Que también puede ser. Aunque sea con algo tan bello como Manchester frente al mar.

Nota: 9
Nota filmaffinity: 7.2

Publicado previamente en Cinéfagos AQUI

2 comentarios:

  1. A mi no me acabó de gustar. Demasiado drama, demasiado encaje de bolillos para llegar a la fibra sensible del público... pero ahora, leyendo tu crítica, la recuerdo con más cariño que cuando salí del cine.
    Por cierto, en esta entrada no has corregido el compositor del Adagio que no para de sonar en toooooooda la película.
    Un abrazo,
    Maribel.

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