sábado, 19 de agosto de 2017

Dioses de Egipto

Hay películas que uno no sabe por qué acaba poniendo. Quizás es que estaba aburrido en Netflix y no me apetecía pensar mucho o qué, pero bueno, hay veces que el azar hace de las suyas. Hay que reconocer que la portada es chula y los nombres no dejan de tener su gracia pero…


… a ver, como resumimos un poco el argumento de este engendro. Dioses de Egipto relata, muy a su manera, el mito de Osiris, uno de los más importantes de la mitología egipcia. No obstante, lo hace en un Egipto muy particular, con Dioses superpoderosos caminando entre los mortales y pegándose toñas aquí y allá.

En un mejunje que reúne elementos de Caballeros del Zodíaco, Furia de titanes y de un God of War algo desnortado, hay que reconocer que consigue crear la sensación de que cualquier cosa es posible. CUALQUIER COSA. No sabes por dónde te puede salir o cuál va  a ser la siguiente zaranganada que se le habrá ocurrido al lisérgico guionista. Si las películas de Uwe Boll pecan de un desmedido exceso, Dioses de Egipto lo lleva a un nuevo nivel. No sólo se permite durar 127 minutazos, sino que lo hace con un presupuesto descomunal y una puesta en escena acorde al músculo dedicado en el esfuerzo.


Sin embargo, se convierte en una experiencia única, pues los hechos son tan estúpidos, están contados con tanta torpeza y encajan tan mal que uno tiene la sensación de que han sido escritos por un niño de 9 años. Los enormes fallos de continuidad dejan entrever la falta de atención que se ha prestado en el montaje y la post-producción de la cinta: heridas que aparecen y desaparecen, dioses que cambian de tamaño según la escena o el ángulo de cámara y algún personaje muerto que vuelve a aparecer sin razón. A destacar el polvo en que Gerard Butler y su pareja están echados en la cama. Se ponen al tema después de unos segundos conversando, para que sus ropajes desaparezcan de una toma a otra, en un simple intercambio de frases (poder divino y tal).

Uno podría pensar que los grandes nombres que hay detrás de la película (Butler, Geoffrey Rush….) deberían tener la capacidad de levantar la película, pero todos parecen haber olvidado todo lo que conocían sobre el arte de la interpretación. Es obvio pensar que ante semejante esperpento de guión, el elenco se dedica a soltar sus frases en medio de un pasotismo absoluto a la espera de que llegue el cheque prometido. Hay veces que sorprende que sean capaces de tener tan poco sentido del ridículo.

Lo más curioso es que hay mucho dinero invertido en la película. Se puede ver en los efectos especiales, en los escenarios y la cantidad de escenas pretendidamente molonas que jalonan la película. Hay buenos cuartos. Gastados sin ton  ni son, a lo bruto y sin mirar, pero gastados. El director Alex Proyas, que tiene proyectos decentes en su haber, como Yo, robot o El Cuervo, no se molesta en mantener una coherencia estética o dar algo de personalidad al conjunto. Las obvias influencias de mil cositas diferentes dan pie a pensar en un videojuego que quería ser interactivo y se quedó en película excéntrica.

Pese a todas sus irregularidades, Dioses de Egipto es una película que se toma en serio a sí misma. Este carnavalesco Transformers de sandalias y arena va a fondo con todo lo que tiene y se molesta en mostrar la épica más descarnada que uno pueda imaginar, aunque nada tenga demasiado sentido.
Uno podría pensar que se trata de los 100M de dólares peor gastados (o los utlizados con criterios más cuestionables en un proyecto conjunto), pero su salvaje entusiasmo por la flipada gratuita la convierte en una película aprovechable tras tomar tres o cuatro cervezas con los amiguetes…. Y vergonzosa en cualquier otro momento de la vida. Hay que reconocer que se hacen pocas películas así. Y eso, a su modo, la hace interesante.

Nota: 2
Nota filmaffinity: 4.2

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