viernes, 26 de febrero de 2016

El médico



Con la fiebre que hay por adaptar al cine los best-sellers literarios, me sorprendió comprobar como nadie se había atrevido a pasar El médico a la gran pantalla. Un poco lo tenía todo, pues era una ficción histórica que trataba con respeto al lector, una historia agradecida y fácil de contar, con un viaje iniciático, un poco de buenismo y con ese toque de abnegación y esfuerzo con que todos nos identificamos. Noah Gordon, este escritor afincado en Vilafranca lo había clavado bastante bien (en ésta, y en varias de sus otras obras). Reconozco que me gustaría conocer la cadena de casualidades que provocaron que al final fuera una productora alemana quién comprara los derechos para su adaptación al cine, le dotara del presupuesto más abultado de la historia de su industria, rodando en inglés y contando con la participación de Sir Ben Kingsley.


Afortunadamente para nosotros, se sigue el argumento del libro sin experimentos extraños. En la ignorante Inglaterra del siglo XI un niño ve como su madre muere ante un mal que nadie comprende ni puede sanar. Crecerá obsesionado por encontrarle cura, dedicando su vida a ir de pueblo en pueblo curando dolencias. Cuando la brutal Inglaterra le resulte insuficiente para sus inquietudes, marchará a la remota Persia, donde el legendario maestro Avicena está experimentando con las primeras armas de la medicina moderna.

Lo más notable del film es su respeto por la obra literaria. La adaptación contiene todos los detalles importantes de la misma, desplazando con acierto las tramas secundarias y los momentos de relleno, cuyos pequeños cambios no manchan la esencia de la historia.

La dificil recreación de los diferentes escenarios en los que transcurre la historia se benefician del generoso esfuerzo de la productora, que no duda en dotar al director de todos los medios que sean necesarios, otorgándonos bellos paisajes en la brutal Inglaterra, un viaje-transformación hasta Persia, los lujos de la mayor potencia mundial de la época y las guerras con sus países vecinos. Al más puro estilo de súper-producción de Cecil B. De Mille tenemos miles de extras, un vestuario que refleja concienzudamente la época y un gran trabajo en el diseño de la producción y la fotografía. Sólo el HD nos aleja de ese aroma añejo que encontramos en las producciones de la época dorada de Hollywood.  Da gusto cuando los cuartos se gastan con acierto.


El libro contiene páginas y páginas de maravillas, esfuerzos y descubrimientos. Se lo toma con calma y te permite paladear con la atmósfera de un tiempo lejano y un lugar místico. El film, en un esfuerzo continuista, se abraza a esa parsimonia y traslada la historia con toda fidelidad, construyendo un metraje que se acerca a las tres horas. Casi 180 minutos en que no se hace ningún esfuerzo por guardar sorpresas o dotar de emoción a la historia. Estoy seguro de que habría sido una película mucho más eficiente si se le hubiera recordado unos veinte-treinta minutos, pues se acaba haciendo demasiado larga. La corrección formal es impecable, pero no puede esconder cierta anodinia, una cierta falta de alma que puede aburrir al espectador que ya conozca la historia. Pero bueno, no olvidemos que la producción es alemana, y a ellos les gustan las historias contadas "con calma".

El protagonismo cae en los hombros de un Tom Payne que carga correctamente con la película, sin grandes alardes pero captando adecuadamente el alma del Rob Cole/Jesse Ben Benjamin que teníamos en nuestra imaginación. El resto de personajes, sin embargo, caen en la sobreactuación, en un esfuerzo, quizás, por paliar la falta de personalidad que el guión les dota. Este reflejo es especialmente notorio en un Ben Kingsley descaradamente más endiosado de lo que tiene por costumbre. Demasiada grandilocuencia gratuita para un personaje trascendente que se acaba convirtiendo en cargante (vaya si no tenía ganas de que se lo cargaran rápido). 


A pesar de su longitud y su falta de ritmo, la obra se ve con facilidad, siguiendo un guión que resume con corrección y respeto la novela de Noah Gordon. Un poco más de temple o de genio le habría sentado bien, pero tiene oficio y minuciosidad, lo que la sitúa en un punto medio en el que uno no sabe muy bien a qué atenerse a la hora de criticarla. Probablemente resultará agradable para el lector y satisfacerá a los fans incondicionales. Sin embargo, aquellos que hayan expresado un simple “¡meh!” con el libro, pueden acabar aburriéndose con su lentitud y previsibilidad.

Es una superproducción que se ve sin problemas, con ese aroma de historia “más grandes que la vida” que tan agradable suele parecernos, pero que al final termina por no dejarnos ninguna huella.

Nota: 5
Nota filmaffinity: 6.7

Guardo el recuerdo entrañable cuando, leyendo el libro, me di cuenta de que "el mal del costado" no era otro que Apendicitis. ¡Tan cotidiano en la actualidad y tan letal hace unos siglos!

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