viernes, 5 de junio de 2015

Sillas de montar calientes

Oh, Mel Brooks. Como no echar a reír sólo de leer su nombre. La cantidad de risas que me ha deparado con cada una de sus películas es más que difícil de medir. Se ha sumergido en todos y cada uno de los géneros cinematográficos para estudiar sus mecanismos y generar parodias desternillantes de todos y cada uno de ellos. De todas sus obras, mi cariño estará siempre con la primera que vi, la que me abrió la puerta a un mundo absurdo y delirante. Aunque no sea su mejor obra, me es imposible no disfrutar de cada momento de esta demolición de todos los tópicos habidos y por haber de los Westerns. No deja títere con cabeza.

El poblado del oeste más anodino de los poblados del Oeste (al que sólo le falta llamarse “pueblo del Oeste”) se entromete (como si se pudiera mover) en la ruta del ferrocarril que un magnate mangante está construyendo. Éste aprovecha su poder para hacer la vida imposible a sus habitantes, que reclaman un Sheriff que ponga fin a estos desmanes. Como nuestro magnate mangante tiene poder sobre el inepto Gobernador, consigue que éste nombre al más improbable de los Sheriffs para así sabotear cualquier intento de salvar el pueblo.

Es fácil observar que estamos ante el argumento más típico entre los típicos que podríamos pensar para un Western. A partir de aquí, Brooks genera una parodia con una sutileza cercana a cero, un humor grueso para todos los públicos y andanada tras andanada hacia los prejuecios raciales, de clase o sexuales de todas aquellas mentes bienpensantes en una de las películas que mejor son capaces de encarnar el concepto de “paja mental”.

Antes de la llegada de Leslie Nielsen (al que habría que hacer un monumento), Mel Brooks era el rey absoluto de la comedia absurda y además de plantar al primer sheriff negro del cine yanqui, aquí consigue aportar al género alguna de las escenas más demencialmente ingeniosas –la música orquestal música extradiegética que se convierte en diegética, una Marlene Dietrich seduciendo lo imposible, la conspiración en la iglesia que no tiene un diálogo sin punta ni hilo o la pelea final contra el malo maloso, de las más delirantes que podemos encontrar-. No obstante, la película falla en que se esfuerza más en buscar el gag continuo que en dotar al argumento de un poco de sentido, pecando de excesivamente liviano incluso dentro de los cánones del género, lo que se hace especialmente patente cuando los chistes no acaban de funcionar.


Es irregular, chorra y pasadísima de página, pero es imposible no verla con una sonrisa divertida en los labios, especialmente cuando aceptamos que la lógica salte por los aires y cualquier cosa (sí, realmente cualquier cosa) se convierta en posible.

El tiempo la ha conservado bastante bien e incluso, aunque empieza floja y parodia un género ya marginal, te engancha con ese epílogo largo y surrealista, contagiado de una vorágine loca que rompe la cuarta pared a lo bestia:
El malo de la película coge un taxi y dice al conductor:
-Sáqueme de esta película
No se puede ir más lejos, ¿o no? Un conjunto desternillante.

Nota: 6

Nota filmaffinity: 6.1

No hay comentarios:

Publicar un comentario