sábado, 18 de octubre de 2014

Rebelde sin Causa

Ésta es una de las películas más conocidas e icónicas de la historia. Ya sea solo por James Dean y su chaqueta roja, ha pasado a la historia e, incluso los menos afines a la gran pantalla saben de su existencia. “¿Rebelde sin causa? Ah, si, me suena... No la he visto pero dicen que es buena...”

Inicio de la película: Tres jóvenes pasan la noche en la comisaría. Se sienten rechazados y extraños en sus familias y reaccionan rebelándose y (a la manera de la época) liándola parda. ¿Contra qué se quejan? Contra nada, contra todo… Las nuevas generaciones de jóvenes estadounidesnes (de la época) sienten que sus padres representan unas ideas caducas, que ya no sirven en esta sociedad “moderna” y necesitan romper con lo establecido, aunque sea corriendo riesgos sin sentido y dedicarse, simplemente, a molestar.



Cada uno de los tres jóvenes que protagonizan el film arrastra una historia diferente que lo convierte en un desarraigado. Jim se acaba de mudarse a la ciudad con su familia. No sabemos qué ocurrió, pero parece que metió la pata hasta el fondo y la familia tuvo que trasladarse “con cierta urgencia”. Judy sufre ante un padre opresivo que ni la comprende ni se esfuerza en entenderla. Y finalmente Platón, que languidece en soledad, con unos padres ausentes que envían dinero de vez en cuando y una criada negra que lo adora, pero que no puede sustituir a sus progenitores.

Aparentemente son tres chicos normales, que tienen una la vida más o menos arreglada y viven en familias acomodadas, sin penurias ni otras preocupaciones que disfrutar de la vida. Pero como fiel reflejo de los jóvenes de la época, viven al día, metiéndose en líos bastante más grandes de lo que pueden manejar, sin una referencia, sin una figura paterna a la que aferrarse y a la que seguir.



Jóvenes incomprendidos, en apuros, que gritan asustados pidiendo ayuda. Jim, con su espectacular habilidad para meterse en líos, desea que su padre deje de ser el criado cobarde y servicial de su madre, “sea un hombre” y le ayude en su difícil trance (deliciosa la escena del delantal). Judy se ha criado con un padre autoritario al que no soporta, huye de él y parece buscar refugio juntándose con los malotes del barrio y el pobre Platón no sabe qué hace con su vida. Se odia a sí mismo, odia a los demás y busca desesperadamente alguien con quien estar, alguien a quién apreciar, alguien que le aprecie, un simple referente para que así su vida tenga un mínimo de sentido.

La disección de los personajes que realiza Nicholas Ray en este film es notable, ayudado por un gran elenco de actores que realizan un buen trabajo. James Dean emana carisma, su antihéroe de buen corazón desborda energía y empatía, convirtiéndose al instante en un icono de una época, en el joven que todos, en algún momento de nuestras vidas hemos sido. Natalie Wood está resplandeciente, intensa, apasionada y con una habilidad especial para exteriorizar tanto la desdicha como la coquetería sin dejar de ser creíble. Sal Mineo, por su parte, sorprende con un papel lleno de complejidad y ternura, cargante y adorable a partes iguales.

Si bien es verdad que el director se toma su rato para presentar a los tres personajes, pronto los enfrenta a una sociedad hostil pero reconocible y cercana, unas reglas y un modo de comportarse que todos conocemos y hemos sufrido. Las circunstancias los ponen en una situación límite, forzándoles a actuar precipitadamente, en una última petición de ayuda y atención a unos adultos que no comprenden que les ocurre. No hay buenos ni malos en esta película, sólo gente que se quiere e intenta vivir, pero que no sabe cómo hacerlo sin causar daño a los demás.


No sé hasta que punto la película pretendía no sólo reflejar la problemática social de la época sino también alertar a los padres de que “escuchas noticias sobre estas cosas, pero siempre crees que les pasa a otros y no a tu familia” (sic), para así fomentar cierta relación social y prevenir estos casos. Sea cual fuere su intención, “Rebelde sin causa” encumbró a la figura del rebelde James Dean, que se convirtió en un modelo de conducta para una juventud deslumbrada por su actitud desarraigada y temeraria, así como por su estética (camiseta blanca, tejanos y chaqueta roja, laca en el tupé y cigarro en los labios). La trágica muerte del protagonista, poco antes del estreno de la película, acabó de darle el halo de romántica “trascendencia” al film. Sin este halo la película no habría tenido (probablemente) el misticismo que ha arrastrado todos estos años y que la ha hecho tan conocida. Sería “simplemente” un gran drama y un gran reflejo de un momento vital en la evolución de la sociedad de los Estados Unidos.

Además de una fiel adaptación de la sociedad de la época, es también un testimonio de cómo han cambiado los tiempos: los rebeldes van vestidos con camisa y corbata, los malotes llevan chaquetas de cuero y vacilan a la gente con su pandilla, pero en ningún momento insultan a ningún adulto a sus espaldas ni beben alcohol (solo leche fresca). Y es que los años pasan, y lo que entonces se entendía por rebeldía (ese Rock&Roll, ese desmadre…) provoca risas en los jóvenes de hoy en día.

Mira que chungo que soy...

Es el mayor problema al que se enfrenta la película, pues la sociedad ya no es la misma y la historia en sí ha envejecido mal. Por ello, cualquier neófito que se ponga ante ella, puede encontrarse con unos personajes con los que no se identifica, unas 24h vertiginosas en las que pasan demasiadas cosas y un James Dean que se dedica a hacer de chulillo. Claro que las películas que dicen reflejar la juventud de hoy en día se basan en amores imposibles con vampiros brillantes de por medio, por lo que no vamos a dedicarnos a comparar…

Nota: 7
Nota filmaffinity: 7.1

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